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Tu celular te está haciendo menos empático y platicador


La profesora del MIT Sherry Turkle investiga cómo el uso del teléfono está afectando nuestra de forma de relacionarnos con otros.

por: Redacción Paréntesis Redacción Paréntesis

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Nuestros smartphones, dentro de sus casi ilimitadas capacidades, también nos permiten evitar casi cualquier tipo de conversación cara a cara. Ya sea que los utilicemos para textear, enviar un correo, hacer una compra, pagar o solicitar un servicio o para huir de una conversación que nos incomoda, puesto que siempre podemos refugiarnos en nuestros teléfonos, ya sea contestando un mensaje o recurriendo a alguna aplicación que nos da placer.

 

La profesora de MIT Sherry Turlke ha investigado en los últimos años la forma en la que la tecnología está modificando cómo nos relacionamos con los demás. En su reciente libro Reclaiming Conversation, argumenta que al llevar nuestros smartphones a nuestras reuniones sociales y a depender de nuestros aparatos para todas nuestras comunicaciones, estamos menoscabando nuestra habilidad de tener conversaciones frente a frente y de paso perdiendo empatía. Esto es de llamar la atención, según Turkle, porque conversar es "lo más humano que hacemos". Lo que recuerda a lo que ocurre en Sueñan los Anrdoides con Ovejas Eléctricas (la novela que fuera llevada al cine como Blade Runner), donde la forma utilizada para poder distinguir a los androides de los humanos es justamente una prueba de empatía. Para el autor de esta novela, Philip K. Dick, la empatía era justamente la cualidad que define a los seres humanos. Con su característico pesimismo, Dick sugiere que la tecnología iría aislando al ser humano hasta que poco a poco ya no podría sentir en carne propia lo que le sucede a los demás.

 

Turkle enfatiza que nuestros gadgets hacen que cada vez sea menos frecuente que establezcamos contacto visual (esto es por supuesto el punto vivo luminoso de una conexión empática). "Suprimimos esta capacidad al colocarnos en ambientes en los que no nos estamos viendo a los ojos, no quedándonos con la otra persona el suficiente tiempo o con la suficiente atención para que sigamos lo que está sintiendo". Esta es la función psicológica poco mencionada de nuestros smartphones que nos coloca en una línea oblicua, permitiéndonos escapar la línea directa de enfrentarnos a alguien cara a cara, pues siempre podemos fragmentar el intenso enfrentamiento personal esquivando la mirada para checar nuestro teléfono. Esto hace que poco a poco sea normal relacionarnos de manera distraída sin dedicarle a una persona el 100% de nuestra atención o que podamos huir cuando las cosas ya se están volviendo demasiado aburridas o intensas o nos están pidiendo que nos involucremos demasiado.

 

El smartphone se convierte también en un símbolo y en un recordatorio de que siempre tenemos otras cosas que hacer, que somos personas ocupadas, que tenemos que atender una multiplicidad de situaciones. Pedirnos que nos quedemos con una sola cosa –ante este símbolo vivo de que estamos en todas partes a la vez– es pedir demasiado, o es pedir una atención extraordinaria, como la que solo estaríamos dispuestos a cambiar por algo igualmente extraordinario.

 

Más teléfono, menos empatía

Algunas de las cifras que Turkle maneja son alarmantes. El 25% de los adolescentes en Estados Unidos se conecta a su teléfono en los primeros 5 minutos después de despertarse, y más de la mitad envía más de 100 mensajes de texto al día. Un estudio del Pew Research muestra que más del 80% de los estadounidenses consideran que utilizar el teléfono en una reunión social deteriora las conversaciones. Saber esto, sin embargo, no les hace mucho efecto, ya que el 89% señala haber usado su teléfono en su último encuentro social. En total, Turkle considera que la sociedad en los últimos años presenta una disminución del 40% en los indicadores que miden empatía. Algo alarmante, pero la misma Turkle explica que rápidamente una persona retoma su habilidad de sentir empatía una vez que deja de relacionarse a través de instancias mediadas.

Las recomendaciones principales para mantener vivo el arte fundamentalmente humano de conversar cara a cara, con toda la profusión de signos no verbales que son insustituibles por las conversaciones digitales, tienen que ver con delimitar un "espacio sagrado" para la conversación en el día con día. Por ejemplo, no llevar los smartphones a mesa de la cena, espacios para estudiar o jugar sin Wi-Fi y abandonar el multitasking para abrazar el "unitasking".

 

Los smartphones en muchos aspectos nos hacen navegar de manera más eficiente la realidad, pero si no nos detenemos lo suficiente a probar nuestra propia capacidad "humana" de navegar el espacio y relacionarnos con las demás personas sin utilizar "prótesis" tecnológicas, quizás algún día descubramos que hemos perdido toda habilidad de conducirnos entre las demás personas, de ver a los ojos a alguien, de conversar con un extraño o de ver a nuestro alrededor y apreciar lo que sucede e inscribir una experiencia en nuestra conciencia y no en la memoria de nuestro gadgdet preferido.

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