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Cuando la mentira es la verdad


La difusión de noticias falsas en el marco de la elección estadounidense arroja una conclusión: el mundo necesita de más y más periodistas.

por: Leandro Zanoni Leandro Zanoni

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Hace una década y poco más, la idea del periodismo ciudadano resultaba atractiva: yo, tú, él, nosotros, ustedes y ellos íbamos a poder tener un medio de comunicación propio, capaz de producir contenidos con un dispositivo cada vez más barato (una notebook, un celular, una tablet) y desde ahí transmitir información las 24 de los siete a la web. We the media, libro escrito por Dan Gillmor, profundiza en torno a la democratización de los medios a través de Internet. Pasó. Ahora todos podemos ser un medio de comunicación rodante que desde cualquier lugar y momento, publica en redes sociales, blogs y WhatsApp todo lo que se nos antoja. Pero lo que muy poquitos advirtieron fue que, si eso pasaba, iban a ocurrir al menos dos cosas: 1) los grandes medios llamados tradicionales dejarían de tener su peso, su influencia y, en los peores casos, su credibilidad. 2) Las redes sociales como Facebook iban a quedarse con todo ese peso y toda esa influencia y toda esa credibilidad que los grandes medios iban perdiendo por el camino. Y otro dato más: los puntos 1 y 2 se cumplirían a toda velocidad. Como un tsunami.

 

Tras ignorar una docena de advertencias de todo tipo por parte de medios y ONGs, ahora Google y Facebook se unieron para anunciar juntos que le pondrán trabas a los sitios que publiquen noticias falsas (fake news) y controlarán más la viralización de ese tipo de información.

 

Google cortará el hilo por donde más conoce: la publicidad. El buscador restringirá los avisos publicitarios en los sitios que “falsifiquen o malinterpreten y oculten” información. Habrá que ver cómo se las arreglarán en Google para definir los límites con los cuales se juzgarán ese tipo de noticias. Hasta el momento no dieron a conocer tales detalles, pero la sola idea de un control de información es muy peligrosa. ¿Tendrá idea Google donde se mete?

 

La gota que derramó el vaso de su papelón fue el día anterior a las elecciones de Estados Unidos, cuando en el primer resultado en inglés de Google si uno buscaba los números finales de las encuestas, aparecía –¡durante varias horas!– el sitio de noticias falsas (pero muy graciosas) 70 News. Los números eran cualquier cosa menos verdaderos. Daban ganador a Donald Trump por amplio margen.

 

Facebook –la fuente principal de información de los estadounidenses– también está en el centro de las críticas. En la red social permitieron, durante toda la campaña, la proliferación de noticias tan falsas como insólitas. Una de ellas era que el Papa Francisco apoyaba a Trump. La mentira fue viral: cosechó miles de likes, comentarios y compartidos. Zuckerberg, siempre rápido para salir a defender a su empresa, dijo que era una locura pensar que la circulación de este tipo de contenido basura podía influir en el resultado de una elección. Y preguntó por qué pensaban que la red social podía publicar información falsa de un candidato pero no sobre otro. Cuando aclarar, oscurece.

 

El desconcierto es total. El mundo exige explicaciones sobre por qué ganó Trump y los medios señalan a los medios que se equivocaron en apostar por una victoria demócrata segura. Y ahora señalan a los encuestadores de opinión y también a las redes sociales, a los buscadores y a mi tía Daniela. Lo cierto es que todos quedaron mal parados, desprotegidos, descolocados, sin poder entender. O como se dice en mi país, con el culo al norte.

 

Ya resulta agotador. Hace tiempo que está de moda vaticinar algún tipo de fin. Del trabajo, de los autos, de los hoteles, de los blogs, de la historia, de las PC, de la TV por cable, de los libros de papel, de los cines y de los taxis. También se habla mucho, por supuesto, del fin de los medios y, ya que estamos, de los periodistas. Se asegura sin ponerse colorado que el periodismo puede ser reemplazado por algoritmos, por robots, por códigos, por fórmulas matemáticas, por caballos y por cualquier cosa que sea más barata y más rápida para armar y publicar una noticia que lo que tarda un reportero de carne, piel y huesos.

 

Nada más lejos. Todos los intentos de robotizar las noticias (incluído uno de Facebook a principios de este año) resultaron un papelón.

 

Pero estoy cada vez más convencido de que es ahora, en estos momentos de desconciertos mundiales y de todos los colores, en que el mundo necesita de más y más periodistas. Más y más medios. Más y mejor información. Gente capaz de informar como corresponde. Periodistas que hagan su trabajo con las reglas más básicas de este tan querido y desprestigiado oficio: averiguar, preguntar, ver y contarlo de la mejor forma posible.

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